domingo, 18 de julio de 2010

Si de casualidad ves al enano...

I

Cuando viste al enano en el aeropuerto, te pareció un personaje entrañable, con el encanto pinche y la delicadeza de las muñecas de porcelana. Tuviste que hacer un gran esfuerzo para recordar que era un tremendo hijoéputa y reverendo hijo de la chingada.
La verdad es que no lo parecía, con su fino bigote, su cara aniñada, su traje eléctrico azuloso, sus botas negras de tacón cubano.
El enano fumaba sentado arriba de su maletón verde.
Te miró, y te obligó a hundir la nariz en el periódico arrugado que habías leído una docena de veces.
En las afueras del aeropuerto de Asturias estaba lloviendo, adentro sin embargo hacía un calor bochornoso, pleno de humedades.
El enano saltó de su maleta, dio un par de pasos bailarines, llegó hasta ti y tirando de la pernera del pantalón para obligarte mirarlo, preguntó:
-¿Usted es el pendejo periodista mexicano que quiere que le dé una entrevista?
Miraste muy hacia abajo. El tipo tenía una sonrisa sardónica.
-No. Soy mexicano y periodista, pero no le he pedido una entrevista a nadie, estoy de vacaciones con una talachita de misión especial, compadre.
-Mejor ni te me arrimes, güey, porque le voy a comer las entrañas a tu madre, te voy a sacar los ojos y le voy a tirar tus güevos a los perros- dijo el enano, y esbozo una sonrisa angelical.
Los viajes transoceánicos producen a veces, en la tierra de destino, una potente sensación de irrealidad, que se prolonga al menos un par de horas. Para alguien como tú, al que la distancia entre los asientos de los aviones produce enormes sufrimientos, la sensación de irrealidad se suma a un periodo de desencogimiento, en el que tu metro noventa y dos se despliega nuevamente. Irreal o no, este retorno a la vida y tan a la mala no te costó mucho producir una mueca lugosiana y decirle al pinche enano:
-Cachito de machito, si no fuera porque es pecado pegarle a menores, te hacía mierda en este instante. Y ya más profesional, ¿por qué tendría que hacerte una entrevista? Yo vine hasta Asturias para cubrir el partido de de homenaje de Hugo Sánchez, para tomar mucha sidra y oír mucho folk celta y la verdad, mamoncete, pequeño culero, no te veo de futbolista, de sidrero, ni de «folki».
-No diga que no se lo advertí, paisano. Soy más cabrón que chaparro.
-En mi pueblo a los enanos los usamos para sostener los libros en las estanterías, güey.
Dijiste y le diste la espalda con relativa elegancia para ir a comprar Cohibas en el estanco de tabaco.
Horas más tarde abrías los ojos en la Cruz Roja de Avilés y una monja, o una asturiana budista, o una enfermera marchosa, nunca podrías precisarlo en los futuros recuerdos, te preguntó algo raro:
-¿Sabe usted su número de pasaporte? ¿Tiene DNI?
Cerraste los ojos.
Reconstruyendo días más tarde, que es ése el oficio del periodista, devolver al presente las historias llenándolas de orden y concierto, habrías de saber que cuando te diste la vuelta, el enano te había sorrajado con pericia de beisbolista una lata de Pepsicola en la nuca, con tal violencia y puntería, que te había abierto una rajada de cuatro centímetros, causando una conmoción cerebral que te envió directamente al suelo desmayado. Lego había salido del aeropuerto impune, trepado a un coche y desaparecido.
Suerte de los enanos, que provocan tras sus actos un compás de espera del que otros humanos normales no gozan. Total, que el muy hijo de la chingada se había ido tan tranquilo, ante el estupor de un par de guardias civiles, que no es que sean muy rápidos de reflejos en lo normal, pero que ante lo sorprendente, se volvieron más lentos, negándose a aumentar su mala fama deteniendo a un niño.
En la Cruz Roja de Avilés te revisó un médico que fumaba un puro, y que dejando caer un poco de ceniza sobre la herida, declaró que si no conmocionabas de nuevo en la próxima tarde, no habría peligro.

II

Asturias tiene más verdes que los que tu abuelo había descrito y el mar aparece, verde oscuro, lleno de espuma, de vez en cuando, al pie de las montañas. En el hotel de Gijón te recibieron con palmadas en la espalda, como si ser mexicano diera puntos extra y en un par de horas habías logrado comunicar con el diario y recibir respuesta.
Tu director te regañaba dulcemente:
«Pendejo, concéntrate en el partido, te advertimos que el enano ese era un culero, ojete y cabrón de mucho cuidado. Por cierto, si te lo encuentras de casualidad no le preguntes sobre el dinero que lava para el ex presidente, sólo dile que si sabe algo del robo del penacho de Moctezuma. Consigue una buena entrevista con Hugo y bebe mucho anís.»
En el bar del hotel, donde te había adoptado de inmediato, te informaron que el anís era una bebida de maricones, no de periodistas mexicanos, y que en ultimado caso era mejor el anís del mono que el de la asturiana. De pasada de informaron que había un enano mexicano en el 407, que era «cojonudo, de puta madre, tío.»
Por culpa del anís, te tomó por sorpresa la aparición del enano, que al influjo del vapor etílico se materializó en el bar a tu lado y pidió un tequila doble.
-El penacho de Moctezuma mide dos metros y medio extendido, y está hecho de plumas de quetzal, con canutillos de oro y adornos de lapizlázuli. Lo tenían en un museo en Viena y fue robado hace unos meses... ¿Usted no sabe nada del asunto, verdad?
-Yo le tengo un pinche asco a los reyes aztecas.... Me dan vómito esos güeyes... Yo tengo sangre azul europea, no me junto con nacos, lástima que Hernán Cortés no se los chingó a todos. Me pela el nabo Moctezuma y me lo pelan Cuauhtémoc y Nezahualcóyotl- dijo el enano poniendo cara de asco.
El decimosexto de sangre tarasca que corría por tus venas se sublevó, ningún pinche enano iba a insultar a un rey poeta.
-En México se dice que usted además de ser enano, se dedica a ser guardaespaldas financiero de ese ex presidente que anda prófugo por ladrón. Perdón, con su pinche estatura, usted no llega a guardaespaldas, a lo mucho a guardanalgas.
El enano se rió, los parroquianos del bar lo corearon.
Tú soltaste una carcajada aún más potente.
Malo, porque el enano aprovechó para izarse en su taburete y clavarte un tenedor en la mano.
-Perdón- dijo y se fue tan tranquilo.
El médico de la Cruz Roja de Gijón se parecía al de Avilés, aunque no fumaba puro, resumió sin piedad:
-Más vale que escriba usted con la zurda, o sea periodista de radio, porque esta mano la va a tener muy jodida durante un par de meses.
El fax del dire fue aún más demoledor:
«Te dijimos que te cuidaras del enano, que era un soberano pendejo, culero y sádico satánico. Si te lo encuentras no le vayas a preguntar sobre las relaciones de nuestro ex presidente y el banco de Santander y qué tiene que ver él con eso. Lo tuyo es el fútbol, compadre, el seguro médico no cruza el océano. La nota que mandaste sobre un enano salinista que agrede a periodista en Gijón, ni la publicamos, para no quedar en ridículo.»

III

Dos días más tarde te encontraste al enano en el espigón con el que cierra el puerto deportivo. Tú ibas tarareando habaneras y el enano estaba sentado en un banco, muy elegante, incluso perfumado, jugueteando con un pequeño bastón.
-Quihúbole, grandote, ¿no te aburres de que esté partiendo la madre a cada rato?
Lo miraste fijamente, era la viva imagen del niño Jesús de Praga, el de las estampitas, pero con bigotito franquista.
-¿Cuáles son las cuentas del Banco de Santander que maneja usted para el ladrón de su jefe?- preguntaste, más que por obtener una respuesta, por respeto al oficio de periodista que llevabas en las venas.
El enano saltó del baquito, tomó firmemente el bastón y tirando del puño desenvainó un estilete.
-Voy a hacer tacos de carnitas contigo, güey- dijo lanzando manobles.
Sentiste cómo el acero cortaba la camisa y la sangre brotaba. En un reflejo basquetbolístico tomaste el brazo armado del enano y alzándolo como si fuera una bola, lo lanzaste al gua.
La herida era superficial, pero no te libraste de los puntos de sutura y de una inyección antitetánica, a más de las risas de una enfermera un poco puta. Ni siquiera informaste al diario de este último encuentro con el chaparrito.

IV

El partido de homenaje a hugo Sánchez salió mal, llovía a mares, a Hugo lo expulsaron por escupirle al portero del Sporting y tú te dedicaste a partir del segundo tiempo a informarle al personal que tu abuelo era de Gijón y que a los mexicanos de bien no les gustaba eso de escupir a los porteros.
Afortunadamente el enano, aunque era pequeño, parece ser que no sabía nadar.


-
Paco Ignacio Taibo II (2006). Si de casualidad ves al enano, en Sólo tu sombra fatal. Ediciones B, Ciudad de México, México.